Trabajar desde casa tiene muchos beneficios. Nos da flexibilidad, nos ahorra tiempo de traslado, nos permite organizar nuestras rutinas con más libertad. Podemos almorzar en familia, llevar a los chicos al colegio, salir a caminar en un recreo que no está cronometrado. Pero hay algo de lo que no se habla tanto: LA SOLEDAD.
Una soledad silenciosa, que no hace ruido ni golpea la puerta, pero se instala igual. Al principio parece insignificante. Un día sin hablar con nadie más que por chat, una semana sin una reunión que no sea por temas urgentes.
Luego se vuelve rutina. Y ahí es cuando empieza a pesar.
Esa sensación de vacío que se extiende más allá del ambiente físico. La falta de una mirada cómplice, de un gesto cotidiano, de alguien que se cruce contigo en el pasillo y te pregunte, sin apuro: “¿Cómo va el día?”. El trabajo remoto, aunque práctico y lleno de ventajas, puede volverse frío si no se cuida el aspecto más humano: el vínculo.
No estar en una oficina física significa también no compartir el silencio con otros, no escuchar risas que vienen de otra mesa, no intercambiar una mirada cansada al final del día. Y aunque parezcan detalles menores, esos momentos tejen algo esencial: el sentido de pertenencia. Cuando desaparecen, lo notamos más tarde. A veces en el cansancio emocional, en la desmotivación que no se explica con tareas, o en esa frase muda que ronda por la cabeza: “Hoy trabajé todo el día… pero me sentí solo”.
Hay días en los que incluso el teclado suena más fuerte, como si la casa entera notara que no hay otra voz humana cerca. En los que cerrar la computadora no marca la diferencia entre lo laboral y lo personal, porque nadie estuvo realmente ahí. Días que pesan más por lo que falta que por lo que se hizo.
Pero también sabemos —por experiencia— que la conexión humana no depende solo de compartir una misma sala. Se puede crear un vínculo real, cercano y auténtico aunque estemos a miles de kilómetros de distancia. Pero como todo lo valioso, necesita cuidado. Requiere intención, constancia y un poco de calidez en medio de tanta virtualidad.
Algunas claves que a nosotros nos ayudan:
💬 Abrir espacios para hablar de algo más que trabajo
Tener momentos en los que las reuniones no sean solo para actualizar pendientes. A veces, empezar preguntando “¿cómo estás?” de verdad cambia el tono de toda la conversación. Una pausa sincera, un “¿cómo dormiste?” o “¿cómo va tu semana?”, puede reconectar.
🧳 Sumar encuentros informales, aunque sean virtuales
Un café por videollamada, una trivia mensual, una charla sin agenda. No tienen que ser eventos armados ni grandes producciones. Solo necesitan una intención real de conectar más allá del trabajo. A veces, compartir un mate virtual puede ser lo más cálido del día.
🎓 Conocer a las personas, no solo a los roles
Detrás de cada pantalla hay una historia, una familia, sueños, rutinas, días buenos y malos. Compartir algo personal —siempre con voluntad— genera puentes reales. Porque un equipo no es solo una estructura, es un entramado de personas reales que se acompañan.
🔔 Valorar la comunicación constante y cuidada
La soledad muchas veces se siente cuando hay silencio. En remoto, un mensaje con calidez, una respuesta a tiempo, un saludo sin motivo… hacen la diferencia. Porque sentirte visto es parte de sentirte parte.
🧬 No esperar a “sentirse solo” para accionar
Construir vínculo a la distancia es parte de trabajar bien. No tiene que ser una reacción al malestar, sino una práctica cotidiana. Cuidar la conexión es tan importante como cumplir con las tareas. El bienestar no es un lujo: es una base.
🌱 Recordar que está bien decir que uno se siente solo
No tenemos que ser máquinas. Reconocer que extrañamos lo humano, lo espontáneo, el abrazo que no se puede mandar por Slack… también es parte del trabajo. Validarlo nos permite buscar nuevas formas de acompañarnos.
Porque conexión no es solo presencia. Es intención.
Trabajar en remoto no significa trabajar solos. Significa que necesitamos crear nuevas formas de estar presentes, de acompañarnos y de sentirnos parte de algo. Y cuando esa conexión aparece, todo se vuelve más liviano: el trabajo fluye, la confianza crece, la colaboración mejora. Pero, sobre todo, el día pesa menos.
💭 Al final del día, lo que nos une no es el lugar desde donde trabajamos, sino la manera en que nos vinculamos. Porque un equipo remoto también puede ser un equipo cercano, si hay voluntad de serlo.
Como dijo Simon Sinek:
“Un equipo no es un grupo de personas que trabajan juntas. Es un grupo de personas que confían unas en otras.”
Y esa confianza, incluso a la distancia, puede ser el puente que acorte cualquier soledad.